De la lista de 20 jugadores desplazados a Estoril, Unai Emery debía hacer dos descartes. Fueron Rusescu (y ya van unas cuantas veces que se queda fuera) e Israel Puerto (canterano, ¡qué sorpresa!). De verdad, estas cosas me ponen muy nerviosa.
Emery pensó de inicio en Javi Varas; Diogo, Cala, Navarro, Alberto Moreno; Iborra, M'Bia; Rabello, Marin, Víctor Machín; y Bacca. Genial, simplemente genial.
No pude ver el partido (recuerden que no era televisado y que sólo se podía ver por Internet), así que tuve que seguirlo por la radio.
Les dejo el resumen de la web oficial:
El Sevilla saltaba al césped del particular Estadio Antonio Coimbra con
la aparente vitola de favorito. Hubo que esperar muy poco para retirar
lo de aparente, incluso pese que a los de Emery les hiciera falta más de
un tiempo para abrir el marcador y que ni siquiera pudieran ganar de
forma holgada. De hecho, Varas en el descuento tuvo que salvar el
triunfo con una providencial intervención. Pese a ello, la superioridad
sevillista apenas fue puesta en discusión por un Estoril que ni repleto
de empeño y actitud fue capaz de cuetionar el dominio visitante, ni aun
empatando el tanto inicial de Víctor Machín. Con las tablas, el Sevilla activó
todo su potencial y encarriló un triunfo, con gol de Gameiro, que debió
ser más abultado.
Lo mejor del Estoril fue la dignidad de su fútbol. Los portugueses,
aún sabiéndose inferiores, no se achicaron ni levantaron un muro ante su
rival, nada de eso. Buscaron el choque sin complejo, abrazando esa
máxima que reza que en ocasiones, y éste era el caso, hay poco que
perder y mucho que ganar. Sin embargo, las buenas formas se quedaron en
eso, porque las armas ofensivas lusas lucían pocas afiladas, demasiado
blandas para hacer daño a un Sevilla bien plantado, con un doble pivote
defensivo y Marin por delante, que, aprovechando lo adelantada que
jugaba la defensa contraria, se plantaba con dos pases en las
inmediaciones de Wagner. El meta portugués, de hecho, en el minuto nueve
impedía que Bacca, en un claro mano a mano, hiciera el primero. Hubo de
esa guisa, con el Sevilla golpeando con mucha velocidad en pocos
toques, un buen ramillete de ocasiones clamorosas de ahí al descanso,
pero, para asombro del personal, el marcador no se movió. Marin, con un
remate con el interior al palo largo de Wagner que se fue lamiendo el
poste y otra vez Bacca, que empujó en el área chica a gol y vio como en
la línea se la sacaba Mano, fueron los que más cerca estuvieron de hacer
diana.
Ni siquiera esa falta de efectividad hacía peligrar un partido que
parecía discurrir por cauces seguros. El Sevilla controlaba los tiempos,
que alteraba a su antojo Marko Marin, cuando cosía la pelota a su
derecha y comenzaba a sobrepasar contrarios con ese garbo espontáneo
repleto de elegancia que le hace diferente al resto. En la primera parte
dio un avance de su amplio repertorio, pero en la segunda metió una
marcha más a su genial magisterio. Avisó en una jugada personal en la
que sorteo a cuantos rivales le salieron al paso, pero falló en el
remate. A la siguiente no perdonó. De nuevo tiró de clase y regate, pero
esta vez habilitó a Víctor Machín, que totalmente solo en la derecha
cruzó el cuero con un buen remate ante un Wagner incapaz de detener el
gol. Justo premio para el buen partido que estaba haciendo el canario.
El partido se ponía lindo, con todo a favor, en el resultado, en el
campo y en las propias gradas, donde la fiesta de los miles sevillistas
que copaban la tribuna de fondo del Estadio Antonio Coimbra manejaba el
ambiente de la refrescante noche de Estoril. Pero entonces, en las
mejores circunstancias, el Estoril manchó la estampa por sorpresa, en
una jugada muy atolondrada, en la que triángulo de maravilla y el
central Miguel remató a placer.
El jarro de agua fría no heló al Sevilla, sino que lo espoleó con
fuerza. Hasta ese momento se había dejado llevar, imponiéndose por la
mucha superioridad de su fútbol, pero con el empate puso la locomotora a
toda máquina y se fue a por el partido sin ambages. Emery sacó de una
tacada a Rakitic y Gameiro por Iborra y Bacca, y más tarde a Jairo por
Rabello. El acoso nervionense encerró al Estoril, que lógicamente daba
por bueno el empate. El empuje era abrumador y el segundo se antojaba
una obviedad que tenía que caer conforme el choque se acercara a su
final. Gameiro tuvo una clara para rematar en boca de gol, pero el balón
le quedó demasiado forzado. A la siguiente, con poco más de 10 minutos
por delante, el francés, que por inercia se pone de gol con una
facilidad pasmosa, no perdonó. Cazó un balón ganado por alto por
Rakitic, se la acomodó y, en una posición muy parecida a la de Víctor Machín,
batió a Wagner de idéntica manera, cruzándosela al palo largo. Esa
contundencia es lo que le había faltado al equipo hasta entonces. Con el 1-2 se desató la euforia en la poblada tribuna sevillista. El
Sevilla tuvo el tercero en varias ocasiones y Marko Marin continuó
desatando el espectáculo con ese virtuosismo que le singulariza. El
propio alemán tuvo el tanto, pero sobre todo Víctor Machín, totalmente
solo ante Wagner, tras dejársela en bandeja Gameiro, fue el que estuvo
más cerca de un tercer gol que acabó resistiéndose. Pudieron haberse
lamentado los sevillistas de tanta piedad, porque Javi Varas tuvo que
salvar bajo de palos un remate a bocajarro rival con el tiempo cumplido.
No fue más allá, por fortuna, el empuje de un Estoril que siempre fue
competitivo y vendió muy cara su piel. No obstante, la superioridad del
Sevilla se palpó desde el principio, el partido siempre estuvo
encauzado, pero se echó de menos más oficio arriba para despachar un
choque que debió haber acabado en goleada.
Próximo rival: Valencia.
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