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viernes, 20 de septiembre de 2013

Resultado corto para lo que se vio (1-2)

De la lista de 20 jugadores desplazados a Estoril, Unai Emery debía hacer dos descartes. Fueron Rusescu (y ya van unas cuantas veces que se queda fuera) e Israel Puerto (canterano, ¡qué sorpresa!). De verdad, estas cosas me ponen muy nerviosa.

Emery pensó de inicio en Javi Varas; Diogo, Cala, Navarro, Alberto Moreno; Iborra, M'Bia; Rabello, Marin, Víctor Machín; y Bacca. Genial, simplemente genial.

No pude ver el partido (recuerden que no era televisado y que sólo se podía ver por Internet), así que tuve que seguirlo por la radio.

Les dejo el resumen de la web oficial:

El Sevilla saltaba al césped del particular Estadio Antonio Coimbra con la aparente vitola de favorito. Hubo que esperar muy poco para retirar lo de aparente, incluso pese que a los de Emery les hiciera falta más de un tiempo para abrir el marcador y que ni siquiera pudieran ganar de forma holgada. De hecho, Varas en el descuento tuvo que salvar el triunfo con una providencial intervención. Pese a ello, la superioridad sevillista apenas fue puesta en discusión por un Estoril que ni repleto de empeño y actitud fue capaz de cuetionar el dominio visitante, ni aun empatando el tanto inicial de Víctor Machín. Con las tablas, el Sevilla activó todo su potencial y encarriló un triunfo, con gol de Gameiro, que debió ser más abultado.
Lo mejor del Estoril fue la dignidad de su fútbol. Los portugueses, aún sabiéndose inferiores, no se achicaron ni levantaron un muro ante su rival, nada de eso. Buscaron el choque sin complejo, abrazando esa máxima que reza que en ocasiones, y éste era el caso, hay poco que perder y mucho que ganar. Sin embargo, las buenas formas se quedaron en eso, porque las armas ofensivas lusas lucían pocas afiladas, demasiado blandas para hacer daño a un Sevilla bien plantado, con un doble pivote defensivo y Marin por delante, que, aprovechando lo adelantada que jugaba la defensa contraria, se plantaba con dos pases en las inmediaciones de Wagner. El meta portugués, de hecho, en el minuto nueve impedía que Bacca, en un claro mano a mano, hiciera el primero. Hubo de esa guisa, con el Sevilla golpeando con mucha velocidad en pocos toques, un buen ramillete de ocasiones clamorosas de ahí al descanso, pero, para asombro del personal, el marcador no se movió. Marin, con un remate con el interior al palo largo de Wagner que se fue lamiendo el poste y otra vez Bacca, que empujó en el área chica a gol y vio como en la línea se la sacaba Mano, fueron los que más cerca estuvieron de hacer diana.
Ni siquiera esa falta de efectividad hacía peligrar un partido que parecía discurrir por cauces seguros. El Sevilla controlaba los tiempos, que alteraba a su antojo Marko Marin, cuando cosía la pelota a su derecha y comenzaba a sobrepasar contrarios con ese garbo espontáneo repleto de elegancia que le hace diferente al resto. En la primera parte dio un avance de su amplio repertorio, pero en la segunda metió una marcha más a su genial magisterio. Avisó en una jugada personal en la que sorteo a cuantos rivales le salieron al paso, pero falló en el remate. A la siguiente no perdonó. De nuevo tiró de clase y regate, pero esta vez habilitó a Víctor Machín, que totalmente solo en la derecha cruzó el cuero con un buen remate ante un Wagner incapaz de detener el gol. Justo premio para el buen partido que estaba haciendo el canario.  El partido se ponía lindo, con todo a favor, en el resultado, en el campo y en las propias gradas, donde la fiesta de los miles sevillistas que copaban la tribuna de fondo del Estadio Antonio Coimbra manejaba el ambiente de la refrescante noche de Estoril. Pero entonces, en las mejores circunstancias, el Estoril manchó la estampa por sorpresa, en una jugada muy atolondrada, en la que triángulo de maravilla y el central Miguel remató a placer.   El jarro de agua fría no heló al Sevilla, sino que lo espoleó con fuerza. Hasta ese momento se había dejado llevar, imponiéndose por la mucha superioridad de su fútbol, pero con el empate puso la locomotora a toda máquina y se fue a por el partido sin ambages. Emery sacó de una tacada a Rakitic y Gameiro por Iborra y Bacca, y más tarde a Jairo por Rabello. El acoso nervionense encerró al Estoril, que lógicamente daba por bueno el empate. El empuje era abrumador y el segundo se antojaba una obviedad que tenía que caer conforme el choque se acercara a su final. Gameiro tuvo una clara para rematar en boca de gol, pero el balón le quedó demasiado forzado. A la siguiente, con poco más de 10 minutos por delante, el francés, que por inercia se pone de gol con una facilidad pasmosa, no perdonó. Cazó un balón ganado por alto por Rakitic, se la acomodó y, en una posición muy parecida a la de Víctor Machín, batió a Wagner de idéntica manera, cruzándosela al palo largo. Esa contundencia es lo que le había faltado al equipo hasta entonces. Con el 1-2 se desató la euforia en la poblada tribuna sevillista. El Sevilla tuvo el tercero en varias ocasiones y Marko Marin continuó desatando el espectáculo con ese virtuosismo que le singulariza. El propio alemán tuvo el tanto, pero sobre todo Víctor Machín, totalmente solo ante Wagner, tras dejársela en bandeja Gameiro, fue el que estuvo más cerca de un tercer gol que acabó resistiéndose. Pudieron haberse lamentado los sevillistas de tanta piedad, porque Javi Varas tuvo que salvar bajo de palos un remate a bocajarro rival con el tiempo cumplido. No fue más allá, por fortuna, el empuje de un Estoril que siempre fue competitivo y vendió muy cara su piel. No obstante, la superioridad del Sevilla se palpó desde el principio, el partido siempre estuvo encauzado, pero se echó de menos más oficio arriba para despachar un choque que debió haber acabado en goleada.

Próximo rival: Valencia.

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